Descripción
El enclave se sitúa en la parte septentrional del amplio polje en el que se sitúa Mosqueruela, en una zona actualmente drenada por los barrancos de la cabecera del río Majo.
Uso del suelo: Campos de cultuvo.
Conjunto religioso desaparecido, del que se han localizado algunos restos en las proximidades de Mosqueruela.
A partir de la información documental disponible, se puede deducir que contaba con una iglesia con cubierta de madera sobre arcos diafragma en cuya cabecera se situaban los sepulcros de los fundadores del priorato; también disponía de un claustro y de las dependencias necesarias para la vida monástica de una pequeña comunidad.
Actualmente sólo se conserva un robusto muro de mampostería trabada con cal de unos 12 m. de largo por 1 m. de ancho y una altura máxima de unos 4 m. Desde la esquina oriental arranca una linde que separa dos huertos. Está tiene una anchura entorno a un metro y conserva bloques de piedra alineados. Podría corresponder a los restos de otro de los muros.
El entorno inmediato son actualmente huertos en los que se han reaprovechado en las lindes losas y sillares de piedra, de los que destacan una base de columna con fuste octogonal y un sillar con una columnilla semicircular adosada.
Restos muebles asociados
Presencia de materiales bajomedievales y modernos: cerámica decorada de Teruel, ollería vidriada, cantarería, cerámica común, etc. A estos materiales hay que agregarles los sepulcros depositados en el Instituto Valencia de Don Juan, de Madrid y los ya citados elementos arquitectónicos conservados en los huertos contiguos.
Fuente
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QUALCINA, . Inventario del patrimonio medieval de la comarca Gúdar-Javalambre. Inventario inédito, Comarca de Gúdar-Javalambre, 2010.
Síntesis histórica
El priorato cisterciense de Santa Ana, dependiente del monasterio castellonese de Santa María de Benifasá (y este, a su vez, de la abadía tarraconense de Poblet) fue creado en el año 1363 por doña Estefanía, esposa del difunto don Raimundo Zaera, fallecido por esas fechas. De esta forma doña Estefanía recogía la voluntad de su difunto esposo y la suya propia, haciendo constar su devoción a la Orden cisterciense y dotándolo de lo necesario (edificios, ornamentos y rentas) para el mantenimiento de los monjes (un prior, tres frailes sacerdotes y un lego).
Durante la Edad Moderna, el conjunto debió ir languideciendo.
Los fenómenos desamortizadores y los acontecimientos bélicos del siglo XIX, llevarán el edificio a la ruina.
En 1848, Pascual Madoz lo cita como ermita y hacia 1920 los sepulcros ya habían sido vendidos y las piedras aprovechadas para enlosar las calles de la villa.