La colegiata de la Asunción de la Virgen de Calatayud, conocida como Santa María la Mayor, combina en su construcción actual elementos mudéjares, renacentistas y barrocos, resultado de su dilatada historia que se remonta a los años de la Reconquista de la ciudad por Alfonso I.
Aunque desconocidas las circunstancias y fecha concretas de su primera fundación, se la supone erigida sobre el solar que ocupó la Mezquita Mayor de la ciudad, y fundada por Alfonso I, al que se debe el hecho de su reconquista.
La más antigua documentación existente sobre este templo corresponde al edificio que consagraron los obispos de Tarragona, D. Pedro Albalate, de Valencia, D. Arnaldo de Peralta, y de Tarazona, D. García Frontín, en el año 1249, y del cual no se ha conservado resto alguno.La importancia creciente que este templo adquirió en la ciudad queda corroborada por los datos históricos: en el siglo XIII se consideró parroquia mayor e iglesia de la nobleza, y desde el siglo siguiente se inician los sucesivos e infructuosos intentos ante la Santa Sede de elevar la que era colegiata a rango catedralicio. Así ocurrió con Juan I en 1391, y posteriormente con Felipe II y Felipe IV. No obstante, la colegiata mantuvo su protagonismo dentro de la ciudad a lo largo de la historia, sirviendo de panteón a la Infanta María, hija de Juan II, fallecida en Calatayud, y cuyos restos descansaron en la colegial hasta su traslado en 1480 por orden de Fernando el Católico al Monasterio de Poblet; fue este mismo monarca quien toma a la iglesia bajo su protección por decreto de 22 de julio de 1486.
La disposición y aspecto protobarrocos que presenta el interior del templo proceden de las obras de remodelación efectuadas a comienzos del siglo XVII, culminando a principios de la segunda década coincidiendo con el obispado de D. Martín Terrer, y que corresponde a una época caracterizada en la ciudad de Calatayud por el auge de la actividad edilicia, ya que por los mismos años se están construyendo la Colegiata del Santo Sepulcro y conventos como el de Carmelitas Calzadas o el de Dominicas.
El interior del templo, caracterizado por su amplitud espacial, distribuye su espacio en una planta rectangular de tres naves de la misma altura, configurando un espacio de planta de salón, en el que el crucero no sobresaliente queda destacado por la mayor profundidad de sus tramos. Las naves, divididas en cuatro tramos más la cabecera, quedan separadas por pilares cruciformes de orden toscano, y se cubren la central con casquetes elípticos sobre pechinas, colocándose sobre el tramo que hace de crucero una cúpula con linterna sobre tambor, mientras que los tramos de las naves laterales lo hacen con bóvedas de arista.
Al exterior, los paños del tambor de la cúpula se subdividen en tres partes por pilastras toscanas, que se decoran con resaltes y óculos. Sobre el tambor se levanta una linterna cuyo chapitel original, realizado en pizarra, fue sustituido en 1851 por otro de cinc.
A partir del siglo XVII se abrieron las capillas laterales del templo: capilla de Santa María de la Cabeza, capilla de la Piedad, capillas del Cristo y de Santa Bárbara, capilla de la Inmaculada, capilla de la Virgen Blanca, capilla de San Paterno, capilla de San Juan Bautista, capilla de San José y capilla de San Joaquín.
El ábside constituye otro de los vestigios de la fábrica mudéjar, realizado enteramente en ladrillo. Presenta planta poligonal, carente de contrafuertes, decorando exteriormente los paños mediante una arquería apuntada en la parte inferior y otra de medio punto en la superior.
A los destacados elementos mudéjares de su construcción se suman los lenguajes renacentista y barroco, estando los primeros representados magníficamente en su portada-retablo, sólo comparable a la de Santa Engracia de Zaragoza, y consideradas como máximos exponentes del renacimiento en Aragón.
Por otro lado, en el templo, culminado durante la segunda década del siglo XVII, encontramos un lenguaje formal barroco cuyo clasicismo de líneas sobrias está enraizado con el protobarroco de raíz escurialense.